ÁRBOLES FÓNICOS, LA LENGUA DEL CORAZÓN

«La voz, aunque perdió el cuerpo que la enuncia, no perdió su capacidad expresiva… ¿Podemos rehacer desde la escucha y la resonancia ese “cuerpo ínfimo y quebradizo” que la hambruna silenció?».

 

 

Árboles Fónicos, la Lengua del Corazón, es un proyecto de investigación creación desde la práctica y agencia del sonido, que busca aportar en la dignificación de la memoria de las víctimas del Holodomor, hambruna artificial desatada en el campo ucraniano entre otoño de 1932 y la primavera de 1933.

Esta memoria se territorialidad en el contexto colombiano, con el propósito de que la sociedad civil reflexione alrededor de la situación de desnutrición e inseguridad alimentaria que están sufriendo algunos grupos poblacionales ubicados en las zonas rurales y las periferias urbanas del país, que según datos de la FAO, para el año 2022, se encuentran en 7,3 millones de personas, casi la misma cifra de campesinos que murieron en Ucrania durante el año 33.

Para la producción de la pieza sonora se tomó una muestra de quince testimonios, que hacen parte del archivo del Museo del Holodomor-Genocidio y del Instituto Canadiense de Estudios Ucranianos de la Universidad de Alberta. Las narraciones seleccionadas dan cuenta del modo en el que los sobrevivientes encarnaron esta situación, desde la perspectiva sensorial auditiva y gustativa, para luego ser compartidas a un grupo de quince personas provenientes del sector académico, cultural y social, que manifestaron su interés en participar en el laboratorio de investigación-creación, desarrollado durante el mes de mayo, en las instalaciones de la Universidad de los Andes.

A lo largo de las tres sesiones de trabajo se hizo énfasis en que los testimonios escritos condensan el lenguaje no articulado de las voces del campesinado, que murió a causa del hambre, por lo cual, son voces deshuesadas que ya no ocupaba su propio tiempo y espacio, no obstante, estas no desaparecen, pues la escritura hace que estas permanezcan a la espera de volver a ser enunciadas y con ello ser recordadas.

En la primera sesión se buscó tejer relaciones de confianza al interior del grupo de participantes a partir de la comida, así como hacer una contextualización de los hechos históricos a través de la escucha del paisaje sonoro del Holodomor. En la segunda sesión, se trabajó alrededor de los testimonios que narran los hechos de violencia y se preparó a los participantes para que durante una semana anidaran la voz que guardan las memorias de las víctimas y en la tercera sesión, se escuchó cada una de las historias a través del corazón. Al finalizar del laboratorio se realizó una muestra pública en la que se hizo formalmente la entrega de estos relatos a un grupo de la sociedad colombiana. A continuación, se presenta en detalle cada uno de estos momentos.

Sesión 1. Recordar a los muertos a partir de la comida

«El comer Kutia nos permitió recordar, no solo los muertos de Ucrania, sino los propios, es como si nos hubiéramos sentado a comer con todas esas ausencias que de alguna manera también nos han construido».

En esta sesión se invitó a los participantes a degustar los sabores de dos recetas que hacen parte de la cocina tradicional ucraniana. El primer plato se llama Golubtsi. Se trata de unos rollos de repollo rellenos con carne picada, arroz y verduras y el segundo plato se denomina Kutia. Este es elaborado a base de granos de trigo y miel. Con este último la población ucraniana tiene la costumbre de recordar a sus muertos.

«Para mí comer siempre ha sido un acto natural, pero nunca sagrado, creo que el ritual que se realizó antes de comer fue el que permitió dar otro significado a los alimentos (…) a través del Kutia se dio una conexión, podría decirse, con el más allá».
«La experiencia de comer Kutia fue como comerme a mi tío, pues él era una persona dulce en su ser».
«El cocinar en mi casa es recordar a mi abuela y hay platos que se han perdido, como los tamales, porque ella era quien los preparaba (…) un día mi mamá dijo “quiero hacer tamales” y esa fue la forma de recordar a su mamá, a mi abuela…».

 

Sesión 2. Anidar la voz

«Me sentí como protectora, yo siento que en el mundo no siempre tengo ese papel de madre protectora, pero esa vez lo sentí, porque sentí que era un regalo, como algo que tenía que cuidar y proteger, porque era para mí solamente».

 

En esta sesión se les pidió a los participantes que a lo largo de una semana convivieron con uno de los relatos, imaginando el cuerpo y la vida que la encarnó, con el propósito de volverle a dar forma a su voz. Para la entrega del relato se hizo un ritual en el que cada participante seleccionaba un cofre de madera, que tenía una inscripción en la parte superior con la cual podía identificarse, al interior de este contenía el texto escrito y una pequeña piedra, para que durante el tiempo de anidación recordara la presencia de esta voz.

 

 

«Cuando vi la cajita, ella me llamó, la cajita juguetona, me dijo mírame, y por eso la escogí, no alcanzaba a leer la parte de arriba, y apenas la abrí, lo primero que vi fue la piedra, y dije si, esta voz es para mí».
«Sorprendentemente, mi relato no es triste, aunque, en la ingenuidad que expresa se siente la tristeza».
«La piedra fue la conexión muy bonita, porque la palabra corazón está escrita en el cofre y la piedra tiene la forma de un corazón, todo está simbolizado, entonces dije va a ser muy bonito tener la voz conmigo».
«Desde que recibí el testimonio estuve tratando de identificar la identidad de la persona que narraban la historia, le preguntaban quién era mientras con su voz lo iban dejando aparecer».
«Tuve que imaginarme cómo era el timbre de su voz, como reía, como se expresaba, como suspiraba, es decir, tuve que imaginarme todo lo que no dice un texto».
«Yo sentí con la voz que era llevarme a esa persona casa (…) yo tengo la foto de mi abuelita y abuelito, pues les prendí una velita y coloque la cajita al lado de ellos (…) va a estar allá con los míos y ya me sentí tranquila».

 

Sesión 3. Escuchar con el corazón

«A mí me impresionó mucho la experiencia (…) a medida que él iba relatando su corazón aumentaba su velocidad y latía más fuerte y a la vez sus palpitaciones afectaba mi ritmo (…) uno no se da cuenta de eso porque somos seres sensibles que estamos conectados».

 

En esta sesión los participantes compartieron el relato que anidaron a un oyente que tenía puesto en sus oídos un fonendoscopio, para percibir a través del corazón del intérprete la expresión vocal que daba vida a la memoria del ausente. Como fruto de este acto, el oyente se dio cuenta de que el relato al ser enunciado en voz alta, le dio ritmo al corazón del intérprete y que la escucha profunda que él llevó a cabo le permitió conectar su corazón con el de él. De este modo, presentes y ausentes terminaron vibrando y resonando al unísono, durante el acto político de la escucha.

«Yo me preguntaba cuántas personas le escucharon el corazón a la persona que dio este testimonio, ¿alguien le escuchó su corazón? Y yo ahora se lo estoy escuchando cuando la persona ya está muerta, esto es una intimidad muy grande y muy bonita también…».
«Me parece superlindo cuando uno habla y puede escuchar el corazón del otro, estás recibiendo toda la carga emocional a partir de lo que resuena, la voz de la víctima».
«Me parece muy hermoso poder sentir amor por personas que uno no conoce (…) con este tipo de actos se les devuelve la dignidad, la existencia, es como decir, tu vida vale igual que la mía…».

 

Muestra Pública de la Instalación Sonora

«Algo que tú nunca haces es escuchar un árbol, sí es difícil escucharnos entre nosotros, ahora la cercanía con un ser vivo que aparentemente no te transmite algo fonético, sonoro, pues está vibrando y te está transmitiendo vida».

 

El día de la muestra pública los participantes del laboratorio y sus invitados se acercaron a escuchar los testimonios de las víctimas del Holodomor, que fluían por todo el cuerpo de madera. Durante este acto ellos pudieron interactuar con el árbol, tocar su tierra y acariciar sus hojas. Así mismo, se les invitó a degustar un plato denominado Tierra, el cual es creación de una de las participantes del laboratorio, quien amablemente se ofreció a compartirlo para con él rendir homenaje a los ausentes que ese día se hicieron presentes.

 

«Es una experiencia muy bonita y muy extraña, nunca en mi vida había vivido una experiencia así de escuchar un árbol».
«Lo que me pasó, primero estaba buscando la voz, tratando de encontrarla, una vez ya la encuentro, quiero escucharla, quiero entender lo que hay allí, y son discursos fuertes, entonces la vibración que hay de los corazones allí capturado, empieza como hacer mella en uno al momento que yo sentía que mi corazón se estaba acelerando como tratando de sincronizarse con lo que estaba escuchando».
«Me da algo de ternura, yo creo que la sola presencia del árbol con un corazón adentro ya me genera como ternura».
«La experiencia me puso a moverme la cabeza de qué significa escuchar una voz que ha sido aplazada por el tiempo, por la historia, y ponerla en pleno siglo XXI en un árbol delgadito ¡no!».
«El invitar al espacio me parecía algo muy complejo de explicar, pero una vez que llegas y lo sientes porque es una experiencia que se siente, se escucha, que se saborea y que se ve, creo que ya permea todos los sentidos, esto hace que sea muy valiosa, muy significativa».
«Pienso que a través de la comida y a través de estas juntanzas te permite conocer al otro, te ayuda a ser más transparente, más emotivo y a la larga te desarma y te abre a otras cosas».
«El comer me parece algo bellísimo, además algo lindo del árbol es tocar la tierra, pararse en la tierra que está al lado del árbol y sentir como desde abajo está ese testimonio puyando ¡no!, entonces también luego te vas a comer la tierra y es como ¡woww!, aguanta».

 

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